Lo que tienen de común las guerras, cualquiera sea la oportunidad o la región en que tienen lugar, es que nunca la razón que se exhibe para llevarlas a cabo, tiene relación con su verdadera motivación. La guerra de la cual habla el mundo, la de USA contra el terrorismo, constituye un ejemplo que conviene analizar, porque si bien se desarrolla por ahora a muchos kilómetros de distancia, de una manera u otra gravitará sobre nuestra vida.
El hecho es que las guerras de Irak o Afganistan son solamente episodios localizados de una guerra
global en la que estamos inmersos, que acentuó su violencia y su desparpajo en
los últimos cincuenta años. Las motivaciones profundas que desencadenan las
guerras, siempre fueron objeto de estudio por historiadores y politólogos, años
después que finalizaron. Las que tenemos a la vista revelan sus objetivos con
total desaprensión, ignorando muchos años de trabajo de la humanidad para crear
condiciones de convivencia civilizada.
No hay que equivocarse. La guerra global tiene un gran escenario y
millones de protagonistas.
En Colombia, país en guerra, la “ayuda humanitaria” norteamericana
consistió en la provisión de armamento y alta tecnología represiva a las
fuerzas paramilitares, responsables del setenta por ciento de los asesinatos y
actos de terror. Las fuerzas paramilitares, aliadas con el ejército regular, se
preocuparon por eliminar aldeas enteras, despojar de sus tierras a miles de
campesinos y proteger la actividad de los traficantes de droga, como puede
leerse en los informes de las organizaciones de Derechos Humanos, y en las
investigaciones de las Naciones Unidas sobre la condición socio económica de los
pueblos de América.
“Ayuda humanitaria” entonces, consiste en la multiplicación del terror
y la violencia Se cambia el
sentido y el significado del lenguaje.
Estados Unidos fue el proveedor de armas de destrucción masiva a Saddan
Hussein, que las utilizó para eliminar kurdos en la frontera norte y chiitas en
la frontera sur, después de la primera guerra del golfo. El dictador iraquí
seguía siendo un buen amigo de Estados Unidos a pesar de la
Tormenta del Desierto. Cuando un grupo de oficiales de Irak propuso liquidar al
dictador, fueron denunciados por los servicios de inteligencia norteamericanos
y fusilados por Saddam Hussein.
El ejército turco también recibió “ayuda humanitaria”. Se benefició con
la mayor provisión de armamento norteamericano, después de Israel, lo cual les
sirvió para asesinar a no menos de un millón de kurdos en la frontera sur, sin
mencionar la ocupación de tierras de campesinos, destrucción de casas, y
genocidio profiláctico, actividades rutinarias en Palestina sobre las cuales
informa la crónica diaria.
Leyendo los montos de las subvenciones a la producción agrícola en
Estados Unidos, se descubre un hecho sorprendente. El ochenta por ciento de
esas subvenciones benefician a los grandes comercializadores de materias primas
alimenticias y no a los campesinos, pequeños o medianos, productores de esa
materia prima. Esto significa que, en grados diferentes, el campesino en
Estados Unidos padece las condiciones de cualquier campesino en Kurdistan,
Paraguay, Irak o Timor Oriental. Si a esto le agregamos la lucha por el
petróleo, tenemos la clave de una guerra que finalmente, introducirá al mundo
en una grave crisis, sin que podamos tener la certeza de que los ganadores
serán los mismos que hoy exhiben su poder, con una soberbia casi infantil.
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