Thursday, March 12, 2009

DIVAGACIONES DE UN HARAGAN (Argumento para un film de misterio)

La mejor condición de las conspiraciones secretas es que son absolutamente públicas.
Hace más de un año ya las vecinas comentaban, según mi tía Edelmira, que los ministros de la corte pensaban radicarse por vida en el palacio. No me atrevo decir palacio de justicia, porque me produce acidez y me tiembla la mano. La discusión no se centraba en permanecer o no, en eso había coincidencia total, sino en el límite de edad. Pensaron inicialmente en poner cien años como límite de edad para jubilarse, pero contra toda presunción les dio vergüenza. Finalmente, superada la vergüenza, condición molesta e inaceptable para ministros o ministras de la corte, el retiro se fijó en setenta y cinco años con buena salud. Y si la salud es mala, igual.
Esta voluptuosa pasión por la longevidad burocrática, siempre según la opinión de las vecinas, tiene justificativos serios.
Asegura la impunidad de Nicanor y de Lino, así nomás en confianza, por ciertas cuentas que no cierran como dicen mis amigos economistas. Dejamos de lado los muertos, porque estos pasaron a la historia y como dice Pepe, el que se muere es el que se jode. Y sin chistar. Y los asesinos e instigadores? Bueno, allí está la clave de la eternización de la corte. Si por pura e insoportable fatalidad, se perturba el previsto orden de las cosas, y aparecen reemplazantes en la corte, que no están dispuestos a continuar el juego, entonces se va todo al diablo y unos cuantos a Tacumbú. Si es que existe la remota posibilidad de que un ladrón rico o un asesino poderoso vaya a la cárcel, hipótesis sin precedentes en el folklore nacional.
Produce otras consecuencias la apasionada adhesión de los ministros a su condición de tales. Nicanor y un socio cuyo nombre no recuerdo ni interesa, accederán al senado por al ventana, ya que la legalidad les cierra la puerta. ¿Para qué quieren acceder al senado? Los socios, Nicanor y Lino, tendrían mayoría y echarían al presidente, que tiene la absurda pretensión de terminar con ladrones y asesinos. Propuesta inmoral e inaceptable para la multitud de parlamentarios, ministros y ex ministros, militares, vendedores de la calle Palma, contrabandistas, narcotraficantes, tratantes de blancas de negras y mestizas, evasores fiscales, vendedores de armas y traficantes de rollos, solo para mencionar algunas legítimas actividades de los muchachos que quieren que el cura se vaya.
Y este no sabe lo que se prepara? Allí comienza la fantasía. ¿Qué hacer? se preguntó Lenín antes de la revolución de octubre en Rusia.
No estamos en Rusia y el presidente no es Lenin. Se pueden hacer algunas cosas, dice alerta e ingeniosa la tía Edelmira. El presidente puede ordenar al ejército, para eso es el comandante en jefe, que ocupe el parlamento y envíe a su casa a todos los planilleros que figuran como legisladores. El edificio desocupado puede convertirse en escuela o en un prostíbulo, de manera de no cambiar el perfume histórico que dejaron los inquilinos expulsados. A los ministros de la corte habría que respetarlos por la edad. No se debe agredir sus delicados sentimientos. La propuesta de las vecinas es que se les instale una carpa en la plaza frente al edificio que se niegan a abandonar, por puro amor a la justicia. Cabe la posibilidad de que jueces, abogados y gestores que los acompañaron en su aciaga y difícil lucha por incorporarse plenamente al mundo capitalista, los asistan con generosas participaciones, en recuerdo de sutiles operaciones aritméticas que dieron andamiento a la justicia durante muchos años. ¿Serán capaces de abonar el recuerdo melancólico del pasado, con nuevos abonos que permitan sobrevivir decorosamente hasta el fin de la extensa vida que se adjudicaron?. Quién sabe. No se debe confiar demasiado en la gratitud humana.
No se puede anticipar si el presidente reaccionará con estas medidas revolucionarias, contra el golpe de estado urdido por el dúo dinámico, que por ahora escamotea responsabilidades económicas y penales, para preservar el sagrado orden de las cosas.
Dicen las vecinas que si el presidente no toma estas medidas en pocos meses retornará a su casa, donde se dedicará a meditar sobre el extraño destino de hombres (y mujeres) que ignoraron el mensaje de la historia.
Y la gente? Que hará la gente? Quien es la gente? Se supone que es el pueblo que transita entre el desaliento, la fatiga moral y la bronca. ¿Y eso sirve? No se. Habrá que preguntar a las vecinas, ellas saben todo.