Wednesday, May 14, 2014


                     DIVAGACIONES DE UN HARAGAN
                     
Lo mejor condición de las conspiraciones secretas es que son absolutamente públicas.
Hace más de un año ya las vecinas comentaban, según mi tía Edelmira, que los ministros de la corte pensaban radicarse por vida en el palacio. No me atrevo decir palacio de justicia, porque me produce acidez y me tiembla la mano. La discusión no se centraba en permanecer o no, en eso había coincidencia total, sino en el límite de edad. Pensaron inicialmente en poner cien años como límite de edad para jubilarse, pero contra toda presunción les dio vergüenza. Finalmente, superada la vergüenza, condición molesta e inaceptable para ministros o ministras de la corte, el retiro se fijó en setenta y cinco años con buena salud. Y si la salud es mala, igual.
Esta voluptuosa pasión por la longevidad burocrática, siempre según la opinión de las vecinas,  tiene justificativos serios.
Aseguran la impunidad  por ciertas cuentas que no cierran como dicen mis amigos economistas. Dejamos de lado los muertos, porque estos pasaron a la historia y como dice Pepe, el que se muere es el que se jode. Y sin chistar. Y los asesinos e instigadores? Bueno, allí está la clave de la eternización de la corte. Si por pura e insoportable fatalidad, se perturba el previsto orden de las cosas, y aparecen reemplazantes en la corte, que no están dispuestos a continuar el juego, entonces se va todo al diablo y unos cuantos a Tacumbú. Si es que existe la remota posibilidad de que un ladrón rico o un asesino poderoso vaya a la cárcel, hipótesis sin precedentes en el folklore nacional.
Produce otras consecuencias la apasionada adhesión de los ministros a su condición de tales. Algunos  socios cuyo nombre no recuerdo ni interesa, accederán al senado por la ventana, ya que la legalidad les cierra la puerta. ¿Para qué quieren acceder al senado? Los conspiradores tendrían mayoría y echarían a presidente, que tiene la absurda pretensión de terminar con ladrones y asesinos. Propuesta inmoral e inaceptable para la multitud de parlamentarios, ministros y ex ministros, militares, vendedores de la calle Palma, contrabandistas, narcotraficantes, tratantes de blancas de negras y mestizas, evasores fiscales, vendedores armas y traficantes de rollos, solo para mencionar algunas legítima actividades de los muchachos que  quisieron que el cura se fuera  
Y este no sabe lo que se prepara? Allí comienza la fantasía. ¿Qué hacer? se preguntó Lenín antes de la revolución de octubre en Rusia.
No estamos en Rusia y el presidente no es Lenin. Se pueden hacer algunas cosas, dice alerta e ingeniosa la tía Edelmira. El presidente puede ordenar al ejército, para eso es el comandante en jefe, que ocupe el parlamento y envíe a su casa a todo los planilleros que figuran como legisladores. El edificio desocupado puede convertirse en escuela o en un prostíbulo, de manera de no cambiar el perfume histórico que dejaron los inquilinos expulsados. A los ministros de la corte habría que respetarlos por la edad. No se debe agredir sus delicados sentimientos. La propuesta de las vecinas, es que se les instale una carpa en la plaza frente al edificio que se niegan a abandonar, por puro amor a la justicia. Cabe la posibilidad de  que jueces, abogados y gestores que los acompañaron en su aciaga y difícil lucha por incorporarse plenamente al mundo capitalista, los asistan con generosas participaciones, en recuerdo de  sutiles operaciones aritméticas que dieron andamiento a la justicia durante muchos años. ¿Serán capaces de abonar el recuerdo melancólico del pasado, con nuevos abonos que permitan sobrevivir decorosamente hasta el fin de la extensa vida que se adjudicaron?. Quién sabe No se debe confiar demasiado en la gratitud humana.
No se puede anticipar si el presidente reaccionará con estas medidas revolucionarias, contra el golpe de estado. Y que por ahora los conspiradores escamotean responsabilidades económica y penales, para  preservar el sagrado orden  de las cosas.
Dicen las vecinas, que si el presidente no toma estas medidas en pocos meses retornará a su casa, donde se dedicará a meditar sobre el extraño destino de hombres (y mujeres) que ignoraron el mensaje de la historia.
Y la gente? Que hará la gente? Quien es la gente? Se supone que es el pueblo que transita entre el desaliento, la fatiga moral y la bronca. ¿Y eso sirve? No se. Habrá que preguntar a las vecinas, ellas saben todo.


                 LACREDIBILIDAD  ¿DE QUIEN?

Las encuestas que se han sucedido durante los últimos años,  adjudican la mayor credibilidad a la Iglesia y  la prensa, por encima de las instituciones políticas, el ejército y la justicia.
Creo que conviene reflexionar sobre los datos, porque las conclusiones simplistas generalmente llevan a una equivocada interpretación de la realidad.
La encuesta revela un escepticismo particularmente peligroso, en momentos en que se propuso un cambio de gobierno como una mágica salida del atraso, la crisis y los problemas económicos y sociales. La historia enseña que el proyecto de un nuevo gobierno genera una espontanea esperanza. Como ocurre siempre a principios de un año nuevo, cuando la gente  proyecta la hipótesis de que durante su transcurso se solucionaran la mayor parte de sus problemas.
Aunque nunca es así, la esperanza esta viva en la fuerza vital de la comunidad, que en la mayor parte de los casos padece críticas condiciones de sobrevivencia.
Este gobierno que se va logró en poco tiempo revertir la tendencia espontánea hacia el optimismo. El escepticismo, el desaliento, se convirtió en el común denominador de la opinión pública. Sin embargo, sería injusto adjudicarle  a la responsabilidad de los graves problemas estructurales del país que gravitan sobre la vida cotidiana. Sí puede adjudicársele la incapacidad de haber propuesto una visión constructiva del futuro, invitando a la ciudadanía a participar de la aventura de transformar el país.
Al contrario, el discurso gubernamental retrocede hacia la crítica ambigua y la rutinaria expresión de su impotencia, lo cual permite preguntarnos porque extraña razón se propuso a sí mismo como alternativa de poder.
No sorprende que la Iglesia goce de credibilidad, porque finalmente reclama fe y alerta sobre los problemas, pero nadie puede exigirle resultados. No gobierna. Sacerdotes y obispos inteligentes o no tan inteligentes,  preocupados por su grey señalan sin eufemismos el fracaso de un importante sector de la clase dirigente.
La prensa tiene credibilidad porque generalmente retrata la realidad, independientemente de las posiciones  sectarias que el público advierte, y en la mayor parte de los casos desecha, porque el origen es fácilmente  identificable.
El escepticismo se centró en el gobierno por su falta de imaginación y de propuestas inteligentes. También en  la administración de justicia,  lo cual históricamente no es una novedad, y en el congreso, por su diversidad contradictoria.
Los legisladores que registran mayor notoriedad no son precisamente los más idóneos. Siempre proponen cambiar a alguien. Echar algún funcionario, procesar a otros pero jamás acercan una propuesta sensata para cambiar el rumbo. 
El descrédito de la comunidad sobre el ejército exige una reflexión particular, que será objeto de otro comentario porque parecería que el gobierno se propuso destruirlo como institución apolítica. Este es un proceso que  la comunidad observa con alarma. De allí el bajo índice de credibilidad que le adjudican las encuestas.
Las elecciones internas de los partidos acentuaron el escepticismo. Los discursos fueron todos iguales. Lo único bueno es que son inofensivos. Nadie cree en ellos.

 LA CATARSIS

Una temblorosa inquietud, mezclada con alguna angustia debe haber recorrido el salón donde se celebraba el almuerzo de la Cámara de Comercio Paraguayo Americana, cuando el entonces presidente, el señor Franklyn Kennedy propuso, con justificado énfasis que “debemos dejar de robar por noventa días”.
Algunos de los presentes habrán hecho un rápido cálculo para saber cual sería su deterioro financiero, en el caso de acceder a la heroica  propuesta del señor Kénnedy. Otros se habrán preguntado como incorporase plenamente al sistema para obtener mejores réditos por su tarea empresaria y, seguramente, mas de uno tendrá en  sus planes consultar confidencialmente al presidente de la Cámara, cual sería a su juicio, la mejor metodología para recuperar las pérdidas, ocasionada por la veda de los noventa días.
El señor Kénnedy no será condenado por falta de sinceridad. En todo caso si por su originalidad. Nunca se debe haber escuchado un proyecto económico nacional tan preciso.
El país debe pensar que finalmente apareció el líder carismático esperado, luego de la trágica desaparición del Mariscal Lopez a manos de los brasileños, y a ese pensamiento se incorporará la sorpresa, porque no se trata de un militar, tampoco de un político, sino de un importante importador de bebidas alcohólicas y otras cosas que no puedo detallar por razones de espacio.
Supongo que la expresión del señor Kennedy no se refiere a los eficientes ladrones que robaron en tres minutos mas de 240 millones de guaraníes en el banco Amambay, sino a una conspiración de mayor nivel, tal vez mas académica, que con perseverancia, ingenio y cierta desaprensión despoja sistemáticamente a los paraguayos.
Parecería que la expresión del presidente de la cámara ha quedado inconclusa. Para incrementar el conocimiento popular del delito debió abundar en mayores precisiones. Es decir, faltó mencionar métodos, nombres y apellidos, áreas de trabajo, valores acumulados probables y efectos sobre el patrimonio de la comunidad, avanzando impertérrito sobre el fastidio de los contertulios que pudieran sentirse aludidos por el cruel mensaje, que agrede la próspera rutina de los esforzados empresarios, cuando circulan sus recursos financieros por fuera y no por dentro de sus empresas.
El señor Kénnedy ha propuesto una declaración de guerra contra el delito. Por suerte para muchos, por un plazo limitado de noventa días, lo cual no es mucho ni es poco. La introducción en el vicio no se mide por el tiempo, sino por la oportunidad. De pronto la toma de conciencia, aunque improbable,  puede generar una sucesión incontrolada de suicidios.
¿O no?