DIVAGACIONES DE UN HARAGAN
Lo mejor condición de las conspiraciones secretas es
que son absolutamente públicas.
Hace más de un año ya las vecinas comentaban, según
mi tía Edelmira, que los ministros de la corte pensaban radicarse por vida en
el palacio. No me atrevo decir palacio de justicia, porque me produce acidez y
me tiembla la mano. La discusión no se centraba en permanecer o no, en eso
había coincidencia total, sino en el límite de edad. Pensaron inicialmente en
poner cien años como límite de edad para jubilarse, pero contra toda presunción
les dio vergüenza. Finalmente, superada la vergüenza, condición molesta e
inaceptable para ministros o ministras de la corte, el retiro se fijó en
setenta y cinco años con buena salud. Y si la salud es mala, igual.
Esta voluptuosa pasión por la longevidad
burocrática, siempre según la opinión de las vecinas, tiene justificativos serios.
Aseguran la impunidad por ciertas cuentas que no cierran como dicen mis amigos economistas.
Dejamos de lado los muertos, porque estos pasaron a la historia y como dice
Pepe, el que se muere es el que se jode. Y sin chistar. Y los asesinos e
instigadores? Bueno, allí está la clave de la eternización de la corte. Si por
pura e insoportable fatalidad, se perturba el previsto orden de las cosas, y
aparecen reemplazantes en la corte, que no están dispuestos a continuar el
juego, entonces se va todo al diablo y unos cuantos a Tacumbú. Si es que existe
la remota posibilidad de que un ladrón rico o un asesino poderoso vaya a la
cárcel, hipótesis sin precedentes en el folklore nacional.
Produce otras consecuencias la apasionada adhesión
de los ministros a su condición de tales. Algunos socios cuyo nombre no recuerdo ni interesa, accederán al senado
por la ventana, ya que la legalidad les cierra la puerta. ¿Para qué quieren
acceder al senado? Los conspiradores tendrían mayoría y echarían a presidente,
que tiene la absurda pretensión de terminar con ladrones y asesinos. Propuesta
inmoral e inaceptable para la multitud de parlamentarios, ministros y ex
ministros, militares, vendedores de la calle Palma, contrabandistas,
narcotraficantes, tratantes de blancas de negras y mestizas, evasores fiscales,
vendedores armas y traficantes de rollos, solo para mencionar algunas legítima
actividades de los muchachos que
quisieron que el cura se fuera
Y este no sabe lo que se prepara? Allí comienza la
fantasía. ¿Qué hacer? se preguntó Lenín antes de la revolución de octubre en
Rusia.
No estamos en Rusia y el presidente no es Lenin. Se
pueden hacer algunas cosas, dice alerta e ingeniosa la tía Edelmira. El
presidente puede ordenar al ejército, para eso es el comandante en jefe, que
ocupe el parlamento y envíe a su casa a todo los planilleros que figuran como
legisladores. El edificio desocupado puede convertirse en escuela o en un
prostíbulo, de manera de no cambiar el perfume histórico que dejaron los
inquilinos expulsados. A los ministros de la corte habría que respetarlos por
la edad. No se debe agredir sus delicados sentimientos. La propuesta de las
vecinas, es que se les instale una carpa en la plaza frente al edificio que se
niegan a abandonar, por puro amor a la justicia. Cabe la posibilidad de que jueces, abogados y gestores que los
acompañaron en su aciaga y difícil lucha por incorporarse plenamente al mundo
capitalista, los asistan con generosas participaciones, en recuerdo de sutiles operaciones aritméticas que
dieron andamiento a la justicia durante muchos años. ¿Serán capaces de abonar
el recuerdo melancólico del pasado, con nuevos abonos que permitan sobrevivir
decorosamente hasta el fin de la extensa vida que se adjudicaron?. Quién sabe
No se debe confiar demasiado en la gratitud humana.
No se puede anticipar si el presidente reaccionará
con estas medidas revolucionarias, contra el golpe de estado. Y que por ahora los
conspiradores escamotean responsabilidades económica y penales, para preservar el sagrado orden de las cosas.
Dicen las vecinas, que si el presidente no toma
estas medidas en pocos meses retornará a su casa, donde se dedicará a meditar
sobre el extraño destino de hombres (y mujeres) que ignoraron el mensaje de la
historia.
Y la gente? Que hará la gente? Quien es la gente? Se
supone que es el pueblo que transita entre el desaliento, la fatiga moral y la
bronca. ¿Y eso sirve? No se. Habrá que preguntar a las vecinas, ellas saben
todo.
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