Wednesday, May 14, 2014


                 LACREDIBILIDAD  ¿DE QUIEN?

Las encuestas que se han sucedido durante los últimos años,  adjudican la mayor credibilidad a la Iglesia y  la prensa, por encima de las instituciones políticas, el ejército y la justicia.
Creo que conviene reflexionar sobre los datos, porque las conclusiones simplistas generalmente llevan a una equivocada interpretación de la realidad.
La encuesta revela un escepticismo particularmente peligroso, en momentos en que se propuso un cambio de gobierno como una mágica salida del atraso, la crisis y los problemas económicos y sociales. La historia enseña que el proyecto de un nuevo gobierno genera una espontanea esperanza. Como ocurre siempre a principios de un año nuevo, cuando la gente  proyecta la hipótesis de que durante su transcurso se solucionaran la mayor parte de sus problemas.
Aunque nunca es así, la esperanza esta viva en la fuerza vital de la comunidad, que en la mayor parte de los casos padece críticas condiciones de sobrevivencia.
Este gobierno que se va logró en poco tiempo revertir la tendencia espontánea hacia el optimismo. El escepticismo, el desaliento, se convirtió en el común denominador de la opinión pública. Sin embargo, sería injusto adjudicarle  a la responsabilidad de los graves problemas estructurales del país que gravitan sobre la vida cotidiana. Sí puede adjudicársele la incapacidad de haber propuesto una visión constructiva del futuro, invitando a la ciudadanía a participar de la aventura de transformar el país.
Al contrario, el discurso gubernamental retrocede hacia la crítica ambigua y la rutinaria expresión de su impotencia, lo cual permite preguntarnos porque extraña razón se propuso a sí mismo como alternativa de poder.
No sorprende que la Iglesia goce de credibilidad, porque finalmente reclama fe y alerta sobre los problemas, pero nadie puede exigirle resultados. No gobierna. Sacerdotes y obispos inteligentes o no tan inteligentes,  preocupados por su grey señalan sin eufemismos el fracaso de un importante sector de la clase dirigente.
La prensa tiene credibilidad porque generalmente retrata la realidad, independientemente de las posiciones  sectarias que el público advierte, y en la mayor parte de los casos desecha, porque el origen es fácilmente  identificable.
El escepticismo se centró en el gobierno por su falta de imaginación y de propuestas inteligentes. También en  la administración de justicia,  lo cual históricamente no es una novedad, y en el congreso, por su diversidad contradictoria.
Los legisladores que registran mayor notoriedad no son precisamente los más idóneos. Siempre proponen cambiar a alguien. Echar algún funcionario, procesar a otros pero jamás acercan una propuesta sensata para cambiar el rumbo. 
El descrédito de la comunidad sobre el ejército exige una reflexión particular, que será objeto de otro comentario porque parecería que el gobierno se propuso destruirlo como institución apolítica. Este es un proceso que  la comunidad observa con alarma. De allí el bajo índice de credibilidad que le adjudican las encuestas.
Las elecciones internas de los partidos acentuaron el escepticismo. Los discursos fueron todos iguales. Lo único bueno es que son inofensivos. Nadie cree en ellos.

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