Difícil hablar de educación, y como consecuencia de cultura en un tiempo que vive en permanente crisis de valores. La expresión crisis no implica necesariamente una condición negativa, porque también señala crecimiento. Paraguay y el mundo en general, procuran cada día destruir valores relativos que definieron la fisonomía de la sociedad. Estos valores no son claramente conocidos y aceptados por un sector importante de la comunidad. Fueron asumidos por las clases dirigentes.
Hoy no es así. La estructura de valores
que de alguna manera estableció las pautas con las que se relacionó la
comunidad fue erosionada y destruida por la especulación, la ambición, la
discriminación, el abuso de poder
y el acceso a la conducción de la sociedad de personas sin
formación.
La educación no implica solamente el
necesario relacionamiento
entre maestros y alumnos. Depende de la
formación intelectual del maestro y la metodología aplicada para mejorar su
condición docente, así como de la calidad intelectual de los alumnos.
El proceso de formación cultural es
interactivo, aunque de una manera general los docentes no lo perciben de esta
manera. El problema es que en general los docentes no están adecuadamente
formados para ejercer su tarea y los alumnos llegan al colegio con la mente
suficientemente deformada por la televisión, los prejuicios, el medio familiar,
y la ausencia de datos formativos.
Su mente es una esponja que no discrimina,
e incorpora toda la in formación, generalmente mala, que provee la calle, los
amigos, y la familia.
Para abrirse paso en esa maraña de
desinformación cultural, el maestro, maestra o profesor deben estar adecuadamente
dotados y formados. Indispensable para aventurarse con solvencia en ese desierto,
como consecuencia de que los integrantes de las propias familias carecen de
interés, u oportunidad para enriquecer su mente o son víctima de la negligencia.
Cualquiera sea su nivel social o económico también se formaron o deformaron en
un ámbito reñido con la cultura.
Hacemos un análisis de la conducta de
la mayor parte de la población, aceptando que hay excepciones, no muchas, que no invalidan por su número relativo
la conclusión general.
Es lógico entonces que jóvenes y
adultos padezcan de un universal desinterés por la lectura, lo que genera
desinterés por el conocimiento. Los hijos, de alguna manera imitan a los
padres. La responsabilidad entonces se reparte entre padres, relativamente
ignorante y desinteresados por la cultura, maestros con mala formación
elemental y la influencia de los medios
de comunicación, particularmente la televisión, instrumento perverso,
destinado, según su utilización, a destruir la mente de niños y adultos.
Esta reflexión involucra a los medios
gráficos, conducidos y producidos por quienes se autodefinen arbitrariamente
como periodistas profesionales, Estos transfieren limitaciones culturales,
muchas veces una sólida ignorancia, así como ausencia total de principios éticos, a los lectores que no se
limitan a leer avisos comerciales.
Como consecuencia, la población es
analfabeta o medianamente analfabeta. Saber leer y escribir, fenómeno no
generalizado, constituye un relativo
progreso, que no significa introducirse en el mundo de la educación. Pero es un
primer paso orientado hacia el
acceso a la cultura.
La condición mediocre de la educación,
alcanza a los profesionales, situación que se revela en la simple lectura de
sus informes y proyectos. Más allá de la lectura y la escritura existe la
verdadera educación y la cultura.
Los gobiernos, estimulados por
funcionarios del área de la educación, y por directivos de empresas vendedoras de equipos, suponen,
equivocadamente que se puede resolver el problema de la falta de educación, con
la introducción de elementos mecánicos como las computadoras.
Alientan el mito de que entregando a
cada estudiante una computadora, se llegará, por obra de la natural dinámica de
los hechos humanos a terminar con
el analfabetismo. Se propone entonces la formación de analfabetos
funcionales. Sabrán leer y escribir sin mayores problemas, porque finalmente,
las faltas de ortografía las corrige la máquina. Algunos llegarán a técnicos en
computación, tan ignorantes como cuando tomaron contacto con el instrumento, en
el que depositaron sus esperanzas los profesionales de la educación, para los
cuales, la cultura sigue siendo un misterio insoldable.
La computadora es una máquina, en
principio vacía. Alimentada por fabricantes o distribuidores con programas
con diversos sistemas
operacionales, indispensables para su funcionamiento.
Puede compararse con un automóvil
moderno bien concebido. Sirve para trasladarse o para estrellarse. Depende de quien
lo opere. Sin duda, manejar una computadora constituye un hecho cultural tan
importante como saber manejar el cuchillo y el tenedor, para comer cada día. Cuando
hay oportunidad de comer cada día.
Para introducirse con solvencia en el
mundo de la cibernética, particularmente en países con amplios márgenes de pobreza, profesores y funcionarios, deben tener
resuelto el tema de la comida. Para que la computadora cumpla, aún
parcialmente, su objetivo de instrumento de educación. Constituye una proeza
introducirse al mundo de la cultura con el estómago vacío.
De otra manera los estudiantes son
precipitados a la mayor desorientación. Lo que constituye también un hecho
cultural, lamentablemente demasiado frecuente.
Los filósofos han concluido que cultura es todo lo que constituye la
actividad humana. Estudiar, comer, hacer el amor, procrear, casarse o todo lo
contrario, hacer deporte, trabajar, vestirse, crear, hacer la guerra, construir
o destruir. Todo es cultura. Se puede enfrentar y analizar con absoluta asepsia,
académicamente, o descubrir los hechos culturales que sirven al desarrollo de
la mente y coadyuvan a la libertad creadora de la inteligencia.
Alcanzar niveles culturales que
agreguen un valor positivo e inteligente a la comunidad, no es fácil. Lo más
grave es el acceso a la parcial conducción del pueblo de quienes por soberbia e
ignorancia se suponen cultos.
Como aquel personaje de Sartre en El
Muro, que estudió el diccionario de memoria, para ser considerado culto. Cuando repreguntaron por Napoleón
respondió: A la N todavía no he llegado.
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