Existe
interacción entre el desorden moral y el desorden académico. No se sabe cuál es
primero y cual segundo, o si surgen simultáneamente en momentos de decisiones
grandes o pequeñas.
Después de muchos años de
gobierno autoritario el país tuvo oportunidad de hacer una nueva constitución,
destinada a ordenar la vida institucional mirando hacia el futuro. Hizo lo
contrario. Elaboró una constitución mirando el pasado, procurando que ningún
poder del estado tuviera la libertad de acción y la autoridad suficiente para
ejercitar su tarea. No se sabe si el desorden introducido por la constitución
en la vida institucional, fue la consecuencia del desorden mental de los
constituyentes.
Lo cierto es que hoy
padecemos absurdos, morales y jurídicos, que alteran de manera aparentemente
irreversible, la realidad nacional.
Dos personas pueden ser
condenadas mediante la aplicación de una norma jurídica. Una de ellas denuncia
la inconstitucionalidad de la norma, obtiene una decisión favorable de la
Suprema Corte y sale en libertad. La otra continúa en la cárcel. La norma fue
invalidada por inconstitucional, solamente para el primero. La acordada de la
Corte carece de valor universal. El segundo continuará preso. Parece cosa de locos.
El Parlamento inició una
acción tendiente a que la Corte resuelva si un decreto es inconstitucional. En
el caso de que confirme su inconstitucionalidad, la acordada será válida
solamente para el Parlamento y para la Suprema Corte. Para el resto del país
será constitucional. Parece de locos.
Por eso el desorden
académico e institucional genera desorden moral. Los partidos son dueños de las
bancas de los legisladores y estos integran las listas de candidatos. Cuando el
partido es votado por el pueblo, el legislador se sienta en la banca. Como
consecuencia del desorden moral e
institucional supone, erradamente, que la banca es propia. Entonces, si le da
la gana se pasa al adversario.
Ignora el hecho de que nunca
hubiera obtenido esos votos por sus propios méritos. La ambigüedad
institucional y el desorden moral
fabricó abogados, verdaderos profesionales en la distorsión de la
realidad y la chicana, y legisladores expertos en un errático tránsito por
diversos sectores políticos, según sus aspiraciones personales. También según
el oportunismo generado por su ambigüedad moral.
Esto es posible por la
Constitución que supimos conseguir. La metodología parece haber sido la
confusión, el desorden mental y moral y la inseguridad hacia el futuro.
Ocurre por legislar mirando
el pasado.
Me pregunto quien hará una propuesta
inteligente para superar estos absurdos jurídicos, que implican un lamentable
trastorno moral.
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