Cuando escuchamos los
reclamos de los choferes de las empresas de transporte, tenemos la impresión de que vivimos en el siglo XVII.
Nos introducimos en el túnel del tiempo y en lugar de pensar en choferes de
ómnibus propulsados con motores a explosión, pensamos que se trata de cocheros
condenados a tripular la calesa de por vida y sin salario. Solo por la comida.
Aunque la comparación no sea
así en términos absolutos, parece increíble que los choferes tengan que
reclamar que se pongan en vigencia
las ocho horas de trabajo diario que establece la ley.
Este era el reclamo de los
trabajadores ingleses de las minas de carbón durante el siglo pasado. Me temo
que seguirá siendo el reclamo de los choferes paraguayos durante el próximo
siglo.
Uno de los grandes misterios
de este mundo es la impunidad, las reiteradas violaciones de la ley, la
prepotencia y la arbitrariedad inmoral de los propietarios de las empresas de
transporte.
Simplemente no cumplen las
leyes, desprecian al público usuario y se reparten el negocio entre sí, como si
integraran una comunidad mafiosa e intocable. La “Cossa Nostra”.
Sobreviven a todos los
gobiernos en un impúdico oligopolio que fija sus propias normas,
invariablemente opuestas a las de la convivencia civilizada y el progreso.
No se trata solamente de las
ocho horas que reclaman con razón los choferes. Se trata de la vida de los
pasajeros, amenazada por la inestabilidad técnica de unidades obsoletas, se
trata de la vida de los transeúntes obligados a esquivar a los saltos el
descontrol de los ómnibus con frenos defectuosos o gastados, se trata de la
arbitrariedad de los recorridos “negociados” con las autoridades
competentes(?).
¿Quien es el “capo” de la
mafia? Debe ser un “capo” antiguo. O funciona el poder hereditario. Como en las
mafias que conocemos a través de las novelas, de las películas cinematográficas
o de la crónica policial.
El ministro o funcionario
que se atreva a ponerle el cascabel al gato pasará a la historia. Como héroe o
como difunto. Pero pasará a la historia si el esfuerzo, el coraje y la decisión
tienen éxito.
Es sencillo. Basta con
declarar caducos todos los recorridos y las autorizaciones para transportar
pasajeros.
Habrá que llamar a un
concurso en el cual las empresas deberán comprometerse a incorporar vehículos
nuevos, modernos y eficientes, tripulados por personal profesional bien pagado.
Deberán respetar los horarios y los turnos. Para quienes ganen el concurso, se
comprometan y no cumplan queda la alternativa de cancelarles el contrato.
Algunos “patrones” del
transporte dicen que si
cumplen esas condiciones, sin duda razonables y civilizadas, el negocio se
torna inviable y pierden plata.
En ese caso deben cambiar de ramo. Porque son las
condiciones que se cumplen en cualquier país del mundo. Menos en un área del
territorio de Ruanda y en Paraguay.
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