Wednesday, February 20, 2008

EL MINISTERIO DEL MIEDO

Mientras escribo este comentario la industria bélica internacional, habrá producido y vendido, unos miles de millones de dólares de armamento a quien quiera comprarlo. Se trata de un tema sobre el cual existe una discreta conspiración de silencio.
El poder de los once países desarrollados que manejan la globalización, se funda en la industria bélica, lo cual explica, a quienes quieran ver la realidad, porqué tuvieron y lugar las guerras durante el siglo pasado y en lo que va de éste siglo XXI.
La condición política de los conflictos puede responder a la exhibición de supuestas ideología, a intereses económicos puntuales, a intentos de frenar, al menos parcialmente los delirios mesiánicos y homicidas de algunos personajes, o a intensificar conflictos tribales como los que tienen lugar en África, apoyando delirios mesiánicos y homicidas de otros personajes, pero esta vez amigos y buenos compradores de armas.
El común denominador de estas guerras, consiste es que no siempre tiene importancia quien gane o quien pierda. Lo importante es gastar muchos aviones, cohetes, balas, y experimentar nuevas armas destinadas a cumplir con eficiencia el asesinato prolijo de miles de personas, muchas de las cuales no vieron un arma en toda su vida. Tampoco eligieron el rol de víctimas, otros lo eligen por ellos.
Tanto es así, que nadie puede afirmar quien ganó la guerra de Viet Nam. Si los vietnamitas que finalmente ocuparon todo el país y crearon una nación independiente, o los fabricantes de armas de los Estados Unidos quienes, a favor de la prosperidad de sus ciudadanos, pensaron que era más rentable vender bombas de napalm para regar el territorio de Viet Nam, que colocar carne conservada para alimentación de los vietnamitas.
En ningún caso puede decirse quien gana la guerra. Le ocurrió a los rusos en Afganistán y Chechenia, a los norteamericanos en Irak, a los contras en Nicaragua. Está ocurriendo hoy en Irak, Afganistán, Somalia y Palestina. Mañana en cualquier otro lugar del planeta, donde sobra mucha gente y las grandes potencias deben asegurar los procesos económicos propios, a la luz de sus convicciones, tendientes a asegurar los principios de la ley de Malthus y eliminar los que a su juicio sobran, una parte numerosa de los habitantes del planeta. Una filosofía destinada a los vivos, porque los muertos ya cumplieron con el sistema.
Por eso, frente a las indignadas declaraciones contra la guerra, no tengo mas alternativa que recordar que la economía opulenta de los países del primer mundo, se nutre de la industria de los armamentos y ahora también del tráfico de drogas que padecen los países pobres y no pobres del tercer mundo.
Es igual en una monarquía socialista como Suecia, en una democracia liberal como Estados Unidos, en una comunidad socialista a medias, como Francia, en una monarquía parlamentaria como Inglaterra o en sistemas ambiguos y cambiantes como Rusia, la India o China, países unidos en la decisión de preservarse contra los intrusos que pretenden participar del banquete.
La estructura económica del mundo globalizado se funda sobre la industria bélica. Es decir, sobre la guerra.
Si alguien pregunta si esa condición puede cambiar, recuerdo a Nicolás Gurdieff. Un discípulo le preguntó que podía hacerse. “Nada – respondió- nunca se puede hacer nada. ¡Ah! si, algo puede hacerse. Cambiar nuestro punto de vista sobre las cosas”.

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