Corea vive una paz armada. Corea del Sur expresa una
pujanza económica que se desdibuja, en una curiosa mezcla de pasado y futuro,
frente a los mercados populares y
los grandes edificios de departamentos, baratos, feos, iguales y grises.
El centro de la ciudad es moderno, elegante y
expresa una sobrecogedora potencia que continúa en los supermercados, repletos
de productos muy bien presentados, y perfectamente envasados que constituyen
una atracción irresistible. Empleados y empleadas, la mayor parte de ellas
bellas y sonrientes, reciben al visitante como si fuera la persona mas
importante del mundo. Comprar o no comprar es irrelevante y no modifica el
trato delicado y atento.
La paz y la guerra conviven en Corea del sur. La población
transita una rutina sin alteraciones, mientras se concentran los carros
policiales frente a estudiantes armados con escudos de plástico, cascos
similares a los de la policía y
garrotes con los cuales se enfrentan a las fuerzas del orden. En Asia, como en
cualquier rincón de América la violencia se desata por la política económica,
la desocupación, y el abismo cada vez mayor entre ricos y pobres. En este caso
se agrega el problema con Corea del Norte, del cual no pueden escapar por la
presión de los Estados Unidos que estimula la división.
La corrupción y el SIDA son dos temas de discusión
diaria. Denuncias y aclaraciones, procesos y rectificaciones, acusaciones y
disculpas se suceden y expresan una condición mundial que habrá que redefinir
de manera diferente. Cuando las expresiones se repiten como una rutina al
infinito, dejan de tener valor y no sirven ni para calumniar.
Los coreanos son ordenados, atentos y amables. Seria
una buena idea que trasladaran su metodología comercial, su imagen exterior y
la corrección de su trato a sus compatriotas exiliados en el Mercado Cuatro.
Debemos aprovechar su tecnología, las propuestas del desarrollo industrial y la
sofisticación de sus productos, elaborados a la luz de la técnica más moderna.
Los museos, templos y lugares históricos están
cuidados, muestran prolijidad y respeto a la tradición, a la historia y los
valores permanentes de la cultura de este país que fue un imperio hace cinco
mil años.
A pocos kilómetros de Seúl, a lo largo de la
frontera, se alinean dos ejércitos integrados por soldados que deben
preguntarse cual será el futuro. La unión de las dos Coreas es inevitable. Las
fronteras artificiales se derrumban en todo el mundo, y este país poblado por
gente trabajadora, disciplinada e inteligente, no enajenará definitivamente su
destino nacional.
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