El Ministro de Agricultura confiesa que no
encuentra solución al problema del algodón. Si fuéramos mal intencionados
diríamos que el ministro es un simulador. El ministro sabe perfectamente que el
problema del algodón consiste en la pobreza de los productores campesinos, como
consecuencia de que son explotados
desde hace muchos años por las
desmotadoras.
Y el ministro lo sabe porque también, durante
muchos años, fue gerente de
CADELPA, la entidad que agrupa a las desmotadoras de algodón. Por eso no creo
en su supuesta ignorancia para encontrar soluciones, ni en su inocencia con
respecto al problema.
La producción de algodón, un negocio próspero
en cualquier lugar del mundo menos en Paraguay, se convirtió en un negocio
puntual de los proveedores de semillas y agroquímicos, que el gobierno paga.
Generalmente el gobierno, o sea el ministro
de agricultura, compra más de lo que se necesita para sembrar, porque allí
precisamente radica el negocio. El ministro lo sabe porque fue vendedor, como
gerente de cadelpa y ahora es comprador como ministro. Es decir que el gobierno
viene subsidiando a las desmotadoras a costa del pueblo todo y de los
campesinos algodoneros en particular, que son sistemáticamente robados en
oportunidad de la venta del producto. ¿Por quien? Por los acopiadores que
trabajan para las desmotadoras.
De manera que se compra más semilla de la
necesaria, muchas veces de muy mala calidad y se compra también una abundante
cantidad de agroquímicos
innecesarios.
La semilla comprada en exceso por el
ministro, así como por su antecesor,
que llevó el negocio a niveles sin precedentes está abandonada en
depósitos del Ministerio y constituyen verdaderas bombas de tiempo.
Ocurre que esa semilla que ya no sirve, esta
tratada con agroquímicos, esto es veneno, lo cual la define como una peligrosa
acumulación de basura tóxica.
De manera que si el ministro con su sabiduría
sobre el tema se hubiera preocupado por cambiar la situación, el algodón podría
haberse constituido en un buen negocio para los agricultores y para todo el
país. No tuvo interés de hacerlo. O está tan preso de los intereses a los
cuales estuvo vinculado profesionalmente durante muchos años, que carece de
libertad de acción para hacer algo constructivo revirtiendo el proceso.
Por eso este estilo plañidero y escéptico que
expresa sobre el destino incierto de la producción de algodón resulta poco
convincente, para decirlo con cierta prudencia.
Acabo de leer que su desaliento sobre el tema
algodonero ahora se extiende a las tierras expropiadas a Anteví, y reflexiona
penosamente que no se sabe que hacer con ellas, porque se carece de recursos
para hacer una explotación racional.
Se me ocurre que si el ministro compra
semillas y agroquímicos innecesarios, para que sus amigos hagan buenos
negocios, y no intenta modificar el sistema de comercialización que expolia a
los campesinos, y termina recitando su impotencia para cambiar la situación,
debería marcharse a su casa.
Finalmente, nadie le pedirá cuentas sobre su
inoperancia. Ocurre en todas las instancias del gobierno, de manera qu
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