El presidente Bush introdujo en su epoca una categoría para definir amigos y enemigos. No es original. Encontramos esa definición en los film del salvaje oeste norteamericano, donde los indios son invariablemente los malos y los cowboys buenos. Claro esta que las películas no están hechas por los indios. Si así fuera, posiblemente cambiarían los roles.
No
se puede decir que sea bueno un tipo que estrella un avión de pasajeros, con
los pasajeros adentro, contra un edificio en una gran ciudad. Lo que ocurre es
que la sola definición de malo, no parece suficiente para la gente madura, que
sabe que los conceptos sencillos, pueden ser impactantes desde el punto de
vista publicitario, pero son generalmente equivocados.
Podía
esperarse del presidente de la mayor potencia del mundo una reflexión más
sólida, de mayor contenido, como para que la gente acepte, aún a regañadientes,
la división maniquea entre buenos y malos.
No
podemos admitir que la guerra sea solamente consecuencia de la conducta de los
malos contra los buenos, porque en ese caso sería difícil atribuir esa
condición a unos u otros. Las guerras se inician generalmente porque los
actores suponen que los mueve una imperiosa voluntad de justicia, postergada
por la acción del enemigo que se
proponen atacar. También se hace la guerra para calmar el hambre, para
recuperar un territorio perdido transitoriamente o para incorporar otro, con el
objeto de ampliar la seguridad estratégica.
Existen
otras razones para iniciar una guerra. La lucha por los mercados, por el
control de las materias primas, por los alimentos, por la riqueza de los mares,
por el petróleo, la electricidad o los minerales. Por la depredación de los
bosques, por la miseria material. Se puede hacer una guerra hasta morir, para
rescatar el derecho a la vida. Todas estas posibilidades pueden darse en la
realidad y se dan. Basta mirar un poco la historia antigua o reciente.
De
manera que la división, de buenos y malos del discurso del presidente de la
mayor potencia del mundo, parece por lo menos insuficiente o peligrosamente
infantil. Me temo que los niños tampoco la toman al pie de la letra. Los niños
ven televisión, a veces leen periódicos y estudian historia en el colegio. Saben
que la realidad suele ser más compleja que la limitada cosmovisión del
presidente Bush.
Me
refiero a los chicos que ven televisión y comen todos los días. Otros se mueren
de hambre o de pestes diversas, no tienen oportunidad de estudiar, y se pasan
el día tirando piedras contra los tanques de acero de los buenos, según la
notable evaluación del presidente Bush. La opinión política del presidente es
aún más vasta. Resulta que el mundo, una entelequia imprecisa, acompaña el
pensamiento y las acciones de los buenos, que son forzados a descargar millones
de dólares en explosivos sobre un puñado de malos, escondidos en las montañas
de Afganistán.
Es
extraordinario que la vida sea así de simple. También la muerte
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