Las encuestas
que se han sucedido durante los últimos años, adjudicaron la mayor credibilidad a la Iglesia y la prensa, por encima de las
instituciones políticas, el ejército y la justicia.
Creo que conviene
reflexionar sobre los datos, porque las conclusiones simplistas generalmente
llevan a una equivocada interpretación de la realidad.
La encuesta revela un
escepticismo particularmente peligroso, en momentos en que algunos grupos imaginaron
luego del juicio político al presidente, que se abría una mágica salida de la
crisis y y habría un proyecto destinado a superar problemas económicos y
sociales. La historia enseña que un nuevo gobierno genera una espontanea
esperanza. Como ocurre siempre a principios de un año nuevo, cuando la gente imagina
que durante su transcurso, se solucionaran la mayor parte de sus problemas.
Aunque nunca es así, la
esperanza esta viva en la fuerza vital de la comunidad, que en la mayor parte
de los casos padece críticas condiciones de sobrevivencia.
Este gobierno logro en poco
tiempo revertir la tendencia espontánea hacia el optimismo. El escepticismo, el
desaliento, se convirtió en el común denominador de la opinión pública. Sin
embargo, sería injusto adjudicar a este gobierno la responsabilidad de los
graves problemas estructurales del país que gravitan sobre la vida cotidiana,
pero si puede adjudicársele la incapacidad de haber propuesto una visión
constructiva del futuro, invitando a la ciudadanía a participar de la aventura
de transformar el país.
Al contrario, el discurso
gubernamental retrocede hacia la crítica ambigua y la rutinaria expresión de su
impotencia, lo cual permite preguntarnos porque extraña razón se propuso a sí
mismo como alternativa de poder.
No sorprende que la Iglesia
goce de credibilidad, porque finalmente reclama fe y alerta sobre los
problemas, pero nadie puede exigirle resultados. No gobierna. Sacerdotes y
obispos preocupados por su grey señalan sin eufemismos el fracaso de un
importante sector de la clase dirigente.
La prensa tiene una
increíble e injustificada credibilidad porque generalmente distorsiona la
realidad, independientemente de las interpretaciones sectarias que el público
advierte, y en la mayor parte de los casos desecha, porque el origen es
fácilmente identificable.
El escepticismo se centra en
el gobierno por falta de
imaginación y de propuestas inteligentes. También en la administración de justicia, lo cual históricamente no es una novedad, y en el congreso,
por su diversidad contradictoria.
Los legisladores que
registran mayor notoriedad no son precisamente los más idóneos. Siempre
proponen cambiar a alguien. Echar algún funcionario, procesar a otros pero
jamás acercan una propuesta sensata para cambiar el rumbo.
El descrédito de la comunidad sobre el
ejército exige una reflexión particular, que será objeto de otro comentario.
Parecería que el gobierno se ha propuesto destruirlo como institución
apolítica.
Este es un proceso que la comunidad observa con alarma, de
allí el bajo índice de credibilidad que le adjudica la encuesta. A pocos meses
de las elecciones internas de los partidos se acentúa el escepticismo. Los
discursos son todos iguales, lo bueno es que son inofensivos. Nadie cree en
ellos.
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